Un gobierno que naufraga en cámara lenta y una oposición que cruje y se reordena
El final del 2022 encontró al gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner en un proceso de descomposición política irrefrenable y progresivo y a la oposición de Juntos por el Cambio en un escenario de internas, intrigas y una nueva filtración de mensajes privados de consecuencias inciertas.
Es así. Terminó el diciembre más convulsionado y, al mismo tiempo, más pacífico de los últimos años. En estos 30 días, se dictó la histórica condena a seis años de cárcel por corrupción contra Cristina Kirchner, la inflación fue del 85%, el dólar libre subió más de 40 pesos, la pobreza escaló al 43%, Argentina ganó su tercera Copa del Mundo, el Gobierno se peleó con la Corte Suprema y se fueron dos funcionarios. Y en la calle no pasó nada. Unos cortes por acá, y otras protestas por allá, y poco más.
En concreto, esta semana estuvo dominada en materia política por la reaparición de la vicepresidenta después de la condena y del anuncio de que no sería candidata a nada. También, por el insólito y grave conflicto de poderes que precipitó el oficialismo contra la Corte por la cautelar que le ordenó devolverle a la ciudad de Buenos Aires parte del dinero descontado de manera unilateral de la coparticipación federal.
Axel Kicillof estuvo junto a Cristina Kirchner en el acto de Avellaneda. "Te necesitamos", le dijo.
Pero sobre el final del jueves -último día antes de los asuetos- irrumpieron dos episodios que sacudieron la previa del receso para los festejos del fin de año. La difusión de los chats entre el ministro de Justicia y Seguridad porteño, Marcelo D’Alessandro, y Silvio Robles, el vocero del juez Horacio Rosatti, presidente de la Corte Suprema y del Consejo de la Magistratura. Además, se conoció la renuncia con críticas a Alberto Fernández de Victoria Donda al INADI, el organismo creado para luchar contra la discriminación. Y el despido de Rodolfo Gabrielli a la Casa de Moneda que decidió el ministro de Economía, Sergio Massa.
Se trata de novedades de primer orden político, pero que ocurrieron en simultáneo con movimientos profundos que se dan en el seno de la coalición oficialista y de la oposición de Juntos por el Cambio.
Te puede interesar: Se filtraron más chats del celular del ministro de Seguridad porteño
Conductora del Conurbano
Al menos cinco millones de personas salieron a la calle el martes pasado para gritar ¡Argentina campeón! No celebraron sólo que Messi pudo levantar, al fin, la Copa del Mundo. Más bien fue un grito catártico, un desahogo de una sociedad castigada por años de penurias.
Las imágenes de Leo Messi coparon las redes sociales, los medios, la tele y, lo más importante, la conversación que está alejada de lo que miden los algoritmos que controlan y, a veces, esclavizan. Se repitieron en todo diciembre las reacciones de niños y adolescentes que veneraban al ídolo adorable, que se cayó y levantó mil veces, que triunfó después de sufrir lo que hoy es imperdonable: no ganar, perder.
Pero en la reaparición en el acto de Avellaneda, Cristina Kirchner eligió honrar a Diego Maradona y evitar nombrar siquiera una vez, con nombre y apellido, al Diez nuevo que trajo desde Qatar la Copa del Mundo, la tercera estrella y la recuperación del orgullo de ser argentino.
Entre la convocatoria a una épica de la proscripción, Cristina Kirchner volvió sobre sus pasos y aclaró que no hubo de su parte un “renunciamiento”, alentando así para el 2023 un infatigable operativo clamor. También aclaró que es “peruca” y, por esa condición, víctima de una conspiración de medios concentrados, jueces inicuos y empresarios predadores que la quieren encerrar para que no vuelvan a implementarse las políticas que hace más de 10 años fueron exitosas.
En ese acto, convocado en Avellaneda por el intendente Jorge Ferraresi, Cristina Kirchner mostró su propensión a prometer el pasado y expuso una desconcertante desconexión con los millones de apasionados que salieron a las calles más que para cantar “muchaachos, hoy nos volvimos a ilusionar”, para celebrar que por una vez, después de tanto tiempo, eran todos felices por algo.
En Avellaneda. Cristina Kirchner, Maradona y un acto con todo el pasado por delante.
El de Avellaneda fue el último acto del año y habló, sobre todo, de una agenda propia, de su suerte ante los jueces. Lejos de otros discursos marcados por conceptos económicos, políticos y doctrinarios, la voz de Cristina Kirchner sirvió para atacar al Poder Judicial y dejar en claro que la arremetida de Alberto Fernández responde, principalmente, a sus intereses.
Mempo Giardinelli, que suele regurgitar los sentimientos profundos del cristinismo duro, escribió días atrás una carta dirigida a la vicepresidenta, que contiene un párrafo demoledor: “En su retorno cuatro años más tarde integrando la fórmula electoral con el presidente Alberto Fernández hasta el día de hoy, la Argentina no sólo no ha avanzado sino que va de mal en peor y diga él lo que diga llevamos tres años de retroceso en casi todos los órdenes y la perspectiva electoral es sombría”.
Palabra más, puntuación menos, el escritor y poeta exterioriza un sentimiento dominante en el oficialismo, que combina la sensación de derrota irreversible con el desengaño con un gobierno en el que no se reconocen.
El anuncio de Cristina Kirchner de que no va ser candidata a nada es una definición que la fuerza, nuevamente, a tener que repetir, con otro actor o actriz, la misma dramatización del 2019, cuando entronizó a Alberto Fernández como presidente putativo. ¿Será ahora el turno de Eduardo “Wado” De Pedro, Axel Kicillof, Daniel Scioli?
Sergio Massa argumenta “motivos familiares”, mientras se concentra en una economía endiablada, a la que le faltan desde dólares hasta certezas mínimas, como que el Gobierno no anuncie públicamente que va a llevarse puestos a los jueces de la Corte Suprema porque un fallo le cayó antipático.
La agenda exterior
No sólo la política interna presiona a Alberto Fernández. Los desafíos llegan también desde el exterior, más precisamente de la región y, como suele ofrecer su naturaleza hippie, sus respuestas conjugan en dosis parejas imprevisión, contradicción y el “vamos viendo”.
Ocurrió con Pedro Castillo, el depuesto presidente de Perú y que permanece detenido, a quien defiende junto con Andrés Manuel López Obrador (México), Gustavo Petro (Colombia) y Luis Arce (Bolivia). El presidente argentino desconoció al gobierno peruano que encabeza Dina Boluarte y trató como “víctima” al mandatario que anunció el cierre del Congreso y la suspensión de las garantías individuales, en un comunicado conjunto publicado el 12 de diciembre.
La propia Dina Boluarte había informado en un tuit del 9 de diciembre que todavía puede encontrarse en su cuenta verificada: “Agradezco la llamada del presidente de la hermana República Argentina, Alberto Fernández, en la que expresó su respaldo, apoyo y colaboración en el marco del fortalecimiento de nuestra democracia, las relaciones bilaterales y las políticas regionales por el desarrollo de Sudamérica”.
Sobre los graves acontecimientos de Bolivia, donde terminó detenido en un proceso judicial cuestionado, Luis Fernando Camacho, gobernador del Estado de Santa Cruz, y líder de la oposición a Evo Morales. La Justicia de Bolivia está bajo influencia directa del ex presidente, quien también ejerce una tutela incómoda y friccionada con el actual mandatario, Luis Arce. Desde la Cancillería argentina por ahora no hubo declaraciones y desde el gobierno tampoco surgieron denuncias de lawfare.
Lejos de esas controversias, Alberto Fernández va a participar el domingo en Brasil de la asunción de su “querido amigo” Luiz Inacio Lula Da Silva. Aunque todavía no se sabe cómo será la ceremonia y quién la dará la banda y el bastón, sí está confirmado que el Presidente argentino primero almorzará con el embajador Daniel Scioli, el optimista que nunca abandona del todo su sueño presidencial. Luego, a las 18 (hora de Brasilia) irán juntos al acto, donde se espera una presencia nutrida de dirigentes, jefes de Estado y dignatarios de todo el mundo.
Lula ofrece a la Argentina una prestación singular: en el Frente de Todos y Juntos por el Cambio hay una valoración positiva y compartida de su liderazgo y de la capacidad de ejercer un rol de estabilidad en la región, después del tumultuoso mandato de Jair Bolsonaro. Pero hacia adentro de FdT, Alberto Fernández y Cristina Kirchner lo tironean a veces como precursor y otras como profeta de un credo laico que nació hace ya tiempo, en la primera década de este milenio.
La jura será el momento que la vicepresidenta imagina para sí: la resurrección política, volviendo a la Presidencia después de procesos judiciales que, en el caso del líder del PT, lo llevaron efectivamente a la cárcel durante más de un año.
Pero, como suele ocurrir con los funcionarios argentinos que visitan otro país, hay un interés menos magnánimo, más pecuniario. Alberto Fernández confesó con medias palabras que su objetivo es lograr que el nuevo gobierno de Lula le conceda un swap al estilo chino, para que el intercambio comercial se haga con reservas brasileñas, que serían prestadas de manera temporal hasta que la macroeconomía argentina encuentre algo de sosiego.
“Este Lula 3.0 difícilmente tenga márgenes de acción para favorecer a un gobierno como el argentino, que la política brasileña en general cuestiona, porque el kirchnerismo tiene mala imagen. Una decisión de ese estilo requeriría de acuerdos parlamentarios que le obligarían a Lula a poner mucho de sí”, explicaba días atrás a este cronista una prestigiosa analista en Washington, en Estados Unidos.
La “copa” y el escándalo
Volviendo a la política doméstica. En medio de la disputa en la que se embarcó todo el Gobierno contra los jueces de la Corte Suprema por la distribución de la coparticipación federal de impuestos, Alberto Fernández volvió a quedar expuesto con sus típicos zigzagueos. Primero planteó que el fallo que le ordenaba a la Ciudad restituir los fondos era “de imposible cumplimiento”, después ensayó una alternativa, que fue el pago con bonos, y finalmente volvió a desafiar a los jueces.
Fue la explicitación de que el presidente ejecutaba a ciegas una partitura desconocida y que, como habíamos escrito la semana pasada en este columna, era el procurador del Tesoro, Carlos Zannini, el que conocía la sinfonía entera. El cerebro judicial de CFK presentó un planteo ante el máximo tribunal que desconoció la legitimidad de los cuatro magistrados para entender en el juicio por la coparticipación, pese a que se viene tramitando con cierta regularidad desde principios de año. Y además, pidió que los conjueces que teóricamente deberían intervenir anulen la cautelar por considerar que tenía errores graves.
En medio de esa confusión conceptual del representante de Cristina Kirchner ante la Corte, aparecieron los chats entre el ministro D’Alessandro y Silvio Robles, vocero del presidente de la Corte. Se trata de mensajes que fueron obtenidos de manera clandestina e ilegal del Telegram del funcionario de Rodríguez Larreta y que también alcanzan a otros interlocutores.
El chat de Silvio Robles con Marcelo D'Alessandro.
Entre los mensajes filtrados -cuya veracidad, por la propia condición de ilegales, es imposible de determinar- hay supuestas conversaciones con Silvia Majdalani, ex número dos de la AFI, y con Marcelo Violante, titular de Dakota, empresa de acarreo contratada por la Ciudad de Buenos Aires y que dejó la concesión en medio de un escándalo por los cánones irrisorios que pagaba.
En las charlas entre el secretario del presidente de la Corte y D’Alessandro, se destaca un largo chat que, en teoría, le acerca argumentos para impedir el nombramiento del senador cristinista Martín Doñate en el Consejo de la Magistratura. Rosatti es también la cabeza del Consejo de la Magistratura por un fallo que él mismo firmó. También, habrían cruzado mensajes vinculados a la cautelar sobre la coparticipación. Tras la difusión de los nuevos mensajes, nadie daba por segura la permanencia de D’Alessandro en el gabinete de Larreta.
Una cita en el Sur
Es que el PRO, como actor principal de Juntos por el Cambio, al tener los precandidatos con mayor volumen político y liderar las encuestas, está empezando a mostrar el inicio de un camino que puede terminar en un acuerdo o una ruptura. La reunión que mantendrán Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta en el bucólico y exclusivo country patagónico de Cumelén, donde ambos compartirán unos días de descanso, no es el final sino el principio de una negociación política que deberá incluir -y sobre todo conformar- de algún modo a Patricia Bullrich.
Bullrich y Larreta están ya lanzados sin retorno a una carrera que podría verse afectada de manera dramática con un mínimo apoyo o gesto del ex presidente. Ante los paisajes conmovedores de Villa La Angostura, Macri y Larreta tendrán, anticipan sus colaboradores, una charla sin ambigüedades sobre lo que les interesa a ambos: el 2023.
Es un encuentro que se va a concretar después de un movimiento que ubica al jefe de Gobierno porteño y al ex presidente en una sintonía que, en los dichos y en los hechos, excluye a Patricia Bullrich. La incorporación al gobierno porteño de Waldo Wolff -un antiguo “halcón”- fue asumida por la presidenta del PRO como un golpe debajo del cinturón. A Emilio Monzó -que en política suele ser un ajedrecista que juega simultáneas con tableros encimados- Silvia Lospennato le saltó el charco. El ex presidente de la Cámara se comprometió con Patricia Bullrich a trabajar con ella.
La estrategia del “tomo todo” que despliega Horacio Rodríguez Larreta tiene el riesgo de generar una encerrona política. Incorporó a Lospennato, que se presentó al anuncio con su saco verde que la identifica con la militancia feminista y el voto a favor del aborto. Y en simultáneo el jefe de Gobierno adelantó que va a sumar también a Cynthia Hotton, militante evangelista, abanderada de los pañuelos celestes y del movimiento “Pro Vida”.
En el mismo movimiento, confirmó la incorporación de Martín Redrado, un economista con buenos vínculos con el establishment financiero local pero, sobre todo, internacional. Fue una señal hacia el círculo rojo y al mundo empresario, que todavía no vislumbran en los equipos técnicos de Juntos por el Cambio la envergadura necesaria para enfrentar los desafíos que se vienen en 2023.
El ex presidente del Banco Central había estado mencionado como parte del equipo de asesores de Sergio Massa. Según pudo saber Infobae de fuentes inobjetables, Redrado le avisó al ministro de Economía que iba a incorporarse al gabinete porteño. Larreta y Massa -lo veremos más adelante- tienen una antigua relación de amistad personal que la política interrumpió, hasta ahora.
Lo cierto es que esas designaciones provocaron una firme reacción de Patricia Bullrich, que acusó a Larreta de falta de coherencia, por “acomodar el Estado a sus necesidades políticas”. No está previsto que ella vaya a ir Cumelén, más bien todo lo contrario: se irá unos días a Brasil de vacaciones y luego regresará para retomar la campaña.
Según confiaron colaboradores de la presidenta del PRO a Infobae, no se instalará en la Costa Atlántica, sino que irá a fiestas provinciales, como la del Chamamé, en Corrientes; la de La Chaya, en La Rioja; la de Los Pescadores, de Mar del Plata; del Girasol, en Carlos Casares; de las Artesanías, en Colón, entre otras.
“Ella va a seguir con la campaña. No la va a parar ni Macri ni Larreta. Está muy fuerte en la provincia, porque tiene a Joaquín de la Torre en la Primera Sección Electoral; Néstor Grindetti, en la Tercera Sección; y Monzó en el interior. En las provincias, tiene mucho conocimiento y va a seguir con las recorridas. En lugares como Entre Ríos, a Rogelio Frigerio no le va a pedir que haga campaña con ella, pero a los intendentes y referentes locales sí, porque no todo es lo mismo”, afirmó un dirigente que la acompaña de cerca.
En medio de esa pulseada, Mauricio Macri se ve a sí mismo como una suerte de Álvaro Uribe, el ex presidente de Colombia que ejerció en los últimos años un tutelaje decisivo en la política de su país para consolidar un rumbo estratégico y, principalmente, una política económica. Macri sabe que hasta ahora no pudo perforar la imagen negativa del 50%, que lo limita si es candidato en una segunda vuelta, donde la hipótesis es que CFK esté ausente.
“La solución a la interna de Juntos por el Cambio va a surgir de una discusión a puertas cerradas entre Mauricio y Horacio”, afirma desde hace meses uno de los dirigentes del PRO que lo acompaña en política desde hace más de 15 años.
¿Y Patricia Bullrich? “Van a tener que contenerla. ¿Y si arma algo con Javier Milei?”, arriesga un fino y lúcido analista político. Es que, al igual que Cristina Kirchner y Elisa Carrió, la actual presidenta del PRO actúa más con la ética de la convicción, que de la responsabilidad, según la nomenclatura de Max Weber.
El ex presidente provisional del Senado, Federico Pinedo, el domingo pasado, aclaró en una entrevista que le hice para Infobae: “Patricia va a ser candidata a Presidenta. Estoy seguro de eso. Pase lo que pase”. ¿Y si le ofrecen la jefatura de gobierno porteño o la provincia de Buenos Aires? Preguntas que la política no se permite, de ningún modo, hacer y menos responder.
La presidenta del PRO -y sobre todo Macri- sabe que las elecciones no se ganan sólo con aparatos. Graciela Fernández Meijide le pudo ganar a la maquinaría duhaldista en los 90; Francisco De Narváez a Néstor Kirchner; Sergio Massa a Cristina Kirchner; Mauricio Macri a todo el peronismo; y Esteban Bullrich a la propia Cristina Kirchner.
En el radicalismo
En el radicalismo el escenario no está para nada claro, ni mucho menos. En el seno del partido de Alem e Yrigoyen conviven con precario equilibrio la audacia y el cálculo. Algunos prefieren una negociación con el PRO que les garantice lugares en las listas legislativas -del Senado de la Nación al último Concejo Deliberante-, ministerios o empresas del Estado. Pero están aquellos que presumen de una renovado potencia electoral que podría alterar las sumas y restas del nuevo poder.
Con gobernadores en ejercicio, interviniendo en su sucesión o con candidatos competitivos, hay 10 provincias en las que la UCR llega al 2023 con chances. La Ciudad de Buenos Aires (con Martín Lousteau), Córdoba (Rodrigo De Loredo), Mendoza (Alfredo Cornejo), Jujuy (Gerardo Morales), Santa Fe (Maxi Pullaro), Corrientes (Gustavo Valdés), La Pampa, Chaco, Tierra del Fuego y Santa Cruz. El PRO tiene competitividad en la provincia de Buenos Aires, Entre Ríos (Rogelio Frigerio), Chubut (Ignacio Torres), San Luis (con Claudio Poggi, como aliado), Neuquén (con Rolando Figueroa, como aliado) y Córdoba (con Luis Juez).
“Las PASO van a ordenar todo. Pensar que la discusión es si aceptamos la vicepresidencia y tres ministerios es una gilada. Para asegurar la coalición, la UCR tiene que ganar en las provincias y hacer una buena elección nacional. Nuestros números nos dan 55/60 para el PRO y 40/45 para nosotros. Si vamos a una mesa de negociación nos achicamos. Lo mejor es competir con candidato propio”, dice un veterano radical al que no se le conoce opiniones negativas sobre el PRO ni sobre Mauricio Macri y que, al mismo tiempo, añora la mítica lista 3.
El mismo dirigente influyente pone como mal ejemplo la suerte que corrió el último presidente radical, Fernando De la Rúa, que compartió binomio con Carlos “Chacho” Álvarez. “La fórmula no tiene que ser mixta. La coalición va a tener solidez con socios fuertes que estén dispuestos a hacer un gobierno de coalición”.
De esas y otras definiciones se va a hablar el 9 de enero en una cumbre que, por ahora, se hará en el Hotel Provincial, en Mar del Plata. Convoca Gerardo Morales y esperan a la primera línea del partido, desde Lousteau y Facundo Manes, a Cornejo, De Loredo, Maximiliano Abad o históricos como Federico Storani.
La vieja guardia, a la que Lousteau y Manes se enfrentan, suele mostrarse más interesada en cerrar las listas de intendencias, concejos deliberantes, anudando acuerdos políticos bajo superficie. Esa pulseada quedará a la intemperie en la cumbre de Mar del Plata. Ya quedó enterrada la posibilidad de una interna que el propio Morales había planteado. Se dio cuenta de que los demás entendieron que era el único beneficiario.
Economía y política
Mientras la política cuece sus habas, lo que manda en un año electoral es siempre y en todo lugar la economía.
Para el 2023, el punto de partida proyecta hacia el horizonte un año donde lo previsto es que se agraven las tensiones y que la política y la economía se retroalimenten en esa lógica. Esa tensión entre “la plata y los votos” va a imponer una lógica de hierro que el Gobierno tendrá que resolver para no sucumbir en las urnas y la oposición deberá aprovechar y profundizar para que no se le escape un triunfo que -de modo riesgoso- algunos ya dan como un hecho irrevocable, un destino histórico.
Ahora y en los próximos meses en el círculo rojo prevén que la incertidumbre política intensifique los problemas económicos y, al revés, las aporías que plantea la política atormenten el inestable clima de negocios. Se puede ver ese fenómeno con obscena elocuencia en la caída de los bonos o la disparada del dólar. Son episodios que se repiten cada fin de año pero la impericia oficial para dirimir una disputa jurisdiccional ofrece argumentos oportunos para aquellos que se ganan la vida explicando a los inversores los secretos del agua tibia o las causas de que sus portafolios pasen de verde a rojo.
Superando el umbral indescifrable de la última semana de diciembre -que esconde a la par razones y sinrazones- las previsiones que le llegan a inversores sofisticados es que la inflación esté más cerca del 100% que del 60%, que el dólar oficial del próximo diciembre empiece a parecerse a la cotización libre del presente y que la pobreza se sostenga en torno al 50%. “Habrá que colgarse del travesaño. Aguantar que lleguen y pasen las elecciones”, aseguraron a Infobae desde el ámbito corporativo.
Es que el año que viene, donde se va a dirimir todo el poder, Argentina llegará con tres inercias complicadas para las chances electorales del oficialismo: la inflacionaria, la ralentización del crecimiento, y un crecimiento acelerado de los pasivos remunerados (Leliq y otros) del Banco Central que tiene una tasa de duplicación anual. En cualquier país, sólo una de esas inercias serían suficientes para pavimentar el camino a una derrota.
“Empezamos el último año del gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Cuando llegue el 10 de diciembre, los argentinos seremos más pobres que cuando asumieron. El ingreso por habitante va a ser menor que el de 2019. Es un dato inapelable”, explicó un economista de la oposición que sigue el día a día de los números de la gestión.
Con ese paquete de datos deberá trabajar el ministro de Economía, Sergio Massa. Por eso diagramó un verano sin descansos, que mezclará la gestión ejecutiva y la negociación política para destrabar la parálisis en la que ingresó el Congreso. Con la presidenta de la Cámara de Diputados, Cecilia Moreau, buscarán retomar el diálogo parlamentario con radicales y un sector del PRO.
Después de un fin de 2022 donde se rompieron los puentes, enero se buscarán recuperar los canales de negociación para aprobar en extraordinarias el monotributo tech, la ley de blanqueo derivada del acuerdo con Estados Unidos (FATCA), proyectos de GNL e Hidrógeno; la ley de Agroindustria, la moratoria jubilatoria que permitirá recibir el beneficio previsional a un universo de miles de argentinos que sin esa medida no podrán percibir ingresos.
Massa confía en que Larreta habilite una instancia de negociación que le permita al Gobierno cumplir con la cautelar dictada por la Corte y a la ciudad de Buenos Aires recibir los fondos por la coparticipación que fueron recortados de manera unilateral por un decreto firmado por Alberto Fernández.
De esa comunicación entre ambos dirigentes moderados del Frente de Todos y de Juntos por el Cambio dependerá en mucho el tono que tendrá este año político: si dominarán la política los halcones que hacen la guerra o los moderados que buscan la paz y los acuerdos.
Comentarios (0)