Un altar con los documentos de las víctimas: la caída del “asesino de taxistas”
En septiembre de 1982 tres taxistas fueron asesinados en el barrio porteño de Mataderos. Cuando los efectivos de la policía encontraron los documentos de las víctimas entre las pertenencias de Ricardo Luis Melogno, un joven de 20 años, supieron que tenían a la persona más buscada por esos días.
No fue el operativo cerrojo montado en la zona de los crímenes ni un identikit -bastante inexacto- lo que permitió el arresto. La clave fue la denuncia del hermano, quien junto con su padre habían encontrado en el depósito de la casa en la que vivían un improvisado altar con las identificaciones de los muertos.
A las imágenes de los tres taxistas de la Capital Federal se le sumó un cuarto “trofeo”. En el primer interrogatorio, el por entonces juez de instrucción Miguel Ángel Caminos pudo confirmar el asesinato de un cuarto chofer ocurrido en Lomas del Mirador, partido de La Matanza, del otro lado de la avenida General Paz, a la altura de Mataderos. En realidad, en el orden cronológico de los crímenes fue el primero, según relató el propio Melogno. El hecho fue ratificado por los pesquisas de la provincia.
El identikit del Melogno que distribuyó la Policía.
El magistrado le preguntó al atacante por qué guardó los documentos y su respuesta fue que “buscaba defenderse de las almas” de los muertos. Décadas después el autor de los asesinatos mantuvo la misma explicación sin dar mayores detalles ante el escritor Carlos Busqued, quien sintió fascinación por el caso y lo plasmó en el libro “Magnetizado” (Anagrama, 2018).
Sin embargo, en el relato biográfico para el libro, Melogno deja entrever una cuota de misticismo en su vida al contar que durante su infancia participó obligado por su madre durante mucho tiempo de sesiones espiritistas y de adolescente practicó la “santería” en Brasil.
La tarde del 14 de octubre de 1982, semanas después de los asesinatos, el padre de Ricardo entró a un depósito ubicado en el fondo de la casa que tenía en Lomas del Mirador y encontró los documentos y las fotos de los muertos. Se dio cuenta de inmediato de la situación, ya que el caso era tratado en todos los medios. Lo charló con su otro hijo y al otro día a primera hora de la mañana se presentaron en el juzgado.
“No todos los asesinos guardan un trofeo de la víctima. Usualmente lo hacen para recordar aquellos momentos y aumentar su ego. Les recuerda ese momento en el que pudieron ser ellos mismos. A veces depende de qué es lo que se llevan. Pueden ser objetos que tienen que ver más con la vida de la víctima que con el ataque. Hay asesinos en serie que se llevan mechones de pelos, piezas anatómicas, ropa interior o algo que les conmemora el ataque en sí mismo”, le explicó a Télam, María Laura Quiñones Urquiza, diplomada Criminología, Criminalística y DDHH y perfiladora criminal, quien trabajó con varias instituciones de Seguridad, fiscalías y juzgados.
El relato del asesino hecho libro.
“En el caso de Melogno creo que era llevarse un objeto de la vida cotidiana de la víctima y no del ataque en sí mismo”, agregó.
Todos los asesinados por aquel joven de 20 años eran conductores de diferentes edades y ninguno de ellos compartía algún rasgo característico que los uniera, salvo el hecho de ser taxistas y levantar en la zona de Mataderos al pasajero equivocado.
“Esto de matar taxistas también representa un criterio simbólico. Elige a las víctimas por criterio simbólico, no por la facilidad de acercarse a ellas”, indicó la perfiladora criminal.
El modo de matar en ese raid de septiembre de 1982 fue el mismo en los cuatro casos: un disparo a la cabeza a corta distancia con un arma calibre 22 desde el asiento trasero del auto. Previamente, Melogno se paraba por horas en una esquina de Mataderos y esperaba hasta que una “sensación física como el hambre pero al revés” le indicaba qué taxi debía tomar, según le contó Busqued.
Una vez que subía al coche les daba a los choferes una dirección que, menos el caso de Lomas del Mirador, siempre quedaba en la misma zona. Antes de dejar el auto les quitaba los documentos y se retiraba caminando bajo el amparo de la noche.
Luego de consumar el hecho, el asesino de taxistas se dirigía al restaurante “Los Dos Hermanos”, en Mataderos -frente al barrio Los Perales y cerca de la cancha de Nueva Chicago- y pedía una suprema napolitana con papas fritas, más un postre de mousse de chocolate. Con el estómago lleno se largaba a caminar de forma compulsiva por horas y cuando tenía sueño paraba para dormir en una plaza, ignorando que la policía y los compañeros de sus víctimas lo buscaban. Ocasionalmente volvía a la casa paterna, en Lomas del Mirador, para bañarse y completar el “altar”.
Carlos Busqued, el autor de "Magnetizado".
“Hay cuestiones que se las conoce como firma. Son aspectos ritualizados de los hechos y pueden tener que ver también con ejercer un control sobre sus actos. Puede ser que la persona se descontrole a la hora de matar pero se restituye a la vida cotidiana con algo ya pautado que le da orden y apego a la norma. Tener una rutina. Él, en su propia esencia, se sale de la rutina matando pero vuelve con un acto como el de ir a comer”, explicó Quiñones Urquriza.
Estos aspectos compulsivos siempre acompañaron a Melogno. Desde chico tuvo una conducta estructurada porque, de acuerdo a su relato para “Magnetizado”, estar realizando una actividad conocida y mecánica le permitía escaparse a un mundo interior. Leía cómics y miraba películas y series. Luego, en su imaginación, cambiaba a los héroes de las tramas por su persona. Una práctica que lo acompañó toda su vida, incluso muchos años después de cometer los crímenes. Según él, en ese mundo paralelo nunca era el villano, siempre hizo el papel de héroe. “Cruzaba porque estaba más contento del otro lado. Si en el otro lado hubiera conseguido comida y albergue me quedaba, no habría vuelto a este lado”, sentenció.
Melogno tuvo dos procesos judiciales, uno en la Capital Federal y otro en la provincia de Buenos Aires. En territorio porteño el Tribunal lo declaró inimputable, mientras que para su par bonaerense existió responsabilidad penal y lo condenó a cadena perpetua. No hubo acuerdo entre ambas jurisdicciones en cuanto a las evaluaciones psiquiátricas.
El asesino de taxistas pasó más de 30 años tras las rejas. Primero estuvo en Devoto, luego pasó a la Unidad 20 (Hospital Borda) y en 2011 lo trasladaron al penal de Ezeiza. Finalmente, en 2016 lo derivaron a una clínica psiquiátrica.
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