El Tucumanazo: la mecha de las rebeliones que marcaron la caída de Onganía, el general que pensaba quedarse 20 años en el poder
El 14 de mayo de 1969 y los días subsiguientes, Tucumán ardió. Obreros de los ingenios –muchos de ellos ya cerrados por la dictadura de Juan Carlos Onganía-, trabajadores de otras industrias locales y estudiantes universitarios ganaron las calles para protestar por lo que consideraban un verdadero vaciamiento de la provincia por parte del gobierno nacional y la intervención provincial.
“El Tucumanazo” no sólo puso a la provincia en llamas al punto que la intervención debió recurrir a fuerzas federales para perpetrar la represión, también fue el inicio de una serie de “azos” que en los días siguientes llevaron a la ebullición a Corrientes, Rosario y Córdoba en una cadena de levantamientos populares que marcarían el principio del fin –un año más tarde– de la dictadura de Onganía, el general que pensaba quedarse veinte años en la Casa Rosada.
Un jardín desmontado
Tucumán era “el jardín de la república”, a tal punto que el dictador Juan Carlos Onganía pensó que el derrocamiento de Arturo Illia no podía pasarse de fines de junio. Y, de hecho, consumó la chirinada el 28 de junio de 1966. La razón es tan simple como tenebrosa: el 9 de julio se cumplían 150 años de la Declaración de la Independencia y el general quería lucir entorchados con uniforme de gala y hacer el desfile militar más impactante que pudiera pensarse.
Así fue y unos meses después consumó el plan de destrucción de la industria azucarera tucumana, motor económico y fuente de empleo fundamental de la provincia. Eso sí, con unos obreros sindicalizados desde 1945, con ocho horas de trabajo, aguinaldo, vacaciones y fuerte organización. Todo lo contrario a las jornadas interminables sin sábados ni domingos que tenían antes.
Juan Carlos Onganía aspiraba a quedarse 20 años en la Casa Rosada
Onganía y su ministro de Economía Jorge Salimei sabían que los trabajadores del azúcar de Salta no tenían la capacidad de lucha de los tucumanos. Así que el cierre de la mitad de 12 ingenios tucumanos en 1966 fue pensada como una manera de erradicar la combatividad de los cañeros y obreros de fábrica tucumanos.
La flamante dictadura tenía una pata apoyada en algunos sindicatos, a los que se conocían como los “participacionistas”, entre los que se destacaba Juan José Taccone, del poderoso gremio de Luz y Fuerza. También tenían diálogo con el metalúrgico Augusto Timoteo Vandor, que había tomado distancia de Juan Perón. En ese escenario complejo, el propio líder del Justicialismo evitó llamar a un enfrentamiento con el régimen militar. Su frase “hay que desensillar hasta que aclare” era un mensaje a la militancia peronista.
Los industriales argentinos apoyaron a Onganía, alineado con las políticas de Estados Unidos y con reales posibilidades de atraer inversiones de empresas de ese país, muchas de las cuales ya estaban en la Argentina. Eso sí, el vínculo con Washington significaba aplacar las protestas y, sobre todo, perseguir a todos los sectores que se alimentaran de la Revolución Cubana o de los mensajes que Perón mandaba alimentando la lucha.
Disciplinar como objetivo
En ese contexto, Tucumán era un experimento y estaba concebido en los detalles. Miles de tucumanos desocupados de la zafra azucarera fueron fletados en avión a la cosecha de la manzana en el valle de Río Negro. El “Operativo Río Negro” –también llamado “Operativo Cervantes”- duró unas pocas semanas: los tucumanos les decían a los otros cosecheros cómo organizarse para defender sus derechos. Los gobernantes provinciales –alineados con Onganía- aconsejaron que fueran llevados de nuevo a Tucumán quienes promovían la sindicalización. Así, de los miles de desocupados, algunos fueron contratados para barrer las calles y otros regresaron a sus comunidades sin más destino que mirar cómo se marchitaban los cañaverales y los trapiches no funcionaban más.
El desmantelamiento, lejos de generar pasividad, se convirtió en resistencia.
El cierre de la mitad de 12 ingenios tucumanos en 1966 fue pensada como una manera de erradicar la combatividad de los cañeros y obreros de fábrica tucumanos
No con un Tucumanazo sino con tres, a lo largo de tres años. El primero en mayo del 69, como uno de los antecedentes del Cordobazo. El segundo en noviembre del 70 y los manifestantes tomaron varias manzanas del centro de San Miguel, desbordando a las fuerzas policiales que usaban armas de fuego. El tercero fue en junio del 72 y se lo conoce como el Quintazo porque en la Quinta Agronómica funcionaba el comedor universitario y la dictadura lo cerró porque lo consideraba un foco de reuniones contra el gobierno.
Derroche de pobreza y de riqueza
En una novela basada en hechos reales -El sexo del azúcar-, el historiador Eduardo Rosenzvaig cuenta la vida de Clodomiro Hileret, un francés que emigró joven a la Argentina y fundó el Ingenio Santa Ana. El poderío del empresario era tal que el presidente –tucumano- Nicolás Avellaneda hizo que el tren llegara hasta la mansión de Monsieur Clodomiro. El parque se lo hizo el arquitecto y paisajista –también francés- Carlos Thays, el mismo que diseñó años después el Jardín Botánico, los parques Lezama, Centenario y muchos otros, además de los jardines de ricos estancieros que solicitaban su talento.
Cuenta Rosenzvaig que más de una vez los trenes Santa Ana llegaban a su mansión –cercana al ingenio- con músicos cubanos y meretrices francesas para alegrar las bacanales convocadas por Hileret.
"Nadie diría que hay hambre en Tucumán, pero la palabra hambre retumba en todas partes", escribió Tomás Eloy Martínez en Primera Plana
El escritor y periodista -también tucumano- Tomás Eloy Martínez dirigió un informe especial para Primera Plana, que fue publicado en mayo de 1966, antes del golpe de Onganía. La tapa del semanario decía “Tucumán, el caos” y mostraba una imagen del casino provincial y otra de un carro cargado de caña. Martínez dio testimonio para el documental El azúcar y la sangre, dirigido por uno de los autores de esta nota, en 2007 y allí contaba:
-Recorrí distintos sitios, entrevisté a colonos, obreros, porque la caña de azúcar sostenía la economía de la provincia desde hacía más de un siglo, 130 años desde que se instaló el primer trapiche azucarero.
Reportaje al caos hablaba de una huelga convocada por los trabajadores azucareros previa a la llegada de Onganía a la que “solo faltaba la adhesión policial”. Multitudinaria pero pacífica. Y eso, quizá, fue el prólogo de lo que esperaba a Tucumán.
El artículo comenzaba con una visión paródica del derroche de riqueza:
“Nadie diría que hay hambre en Tucumán, pero la palabra hambre retumba en todas partes. Se la puede oír en los pilares de mármol del casino, dicha ansiosamente por un almacenero que acaba de distribuir cinco mil pesos en la tercera docena, se la siente reptar en Las Vegas, un restaurante inmenso… El hambre, la violenta palabra crece en las 58 agencias de quiniela, en los salones del Jockey Club donde los industriales cañeros se sientan a comer al mediodía y a beber whisky”.
Las tomas de los ingenios por parte de los trabajadores –y a veces con cierto visto bueno de los propios dueños, también perjudicados- llevó a mantener por mucho tiempo ollas populares que eran el caldo de cultivo para que los centros de estudiantes de la Universidad Nacional de Tucumán jugaron un rol activo
El propio Tomás Eloy Martínez decía en el documental El azúcar y la sangre, cuatro décadas después de ese artículo de Primera Plana:
-El hambre se veía entonces en la despreocupación de esos sectores por el destino de la provincia. Y las consecuencias se pueden ver hoy para quien camine, por ejemplo, por la Banda del río Salí y vea las consecuencias en la desocupación y la pobreza.
Onganía y el cierre de los ingenios
A poco de regresar a Buenos Aires, tras aquella celebración de los 150 años de la Independencia, en agosto de 1966, el ministro de Economía Jorge Salimei anunció el cierre de 12 de los 27 ingenios tucumanos. Además significó la imposibilidad de proveer la caña a las fábricas azucareras a unos 11000 productores independientes. Es decir, quedaban decenas de miles de obreros de fábrica, zafreros y productores en la calle, además de empresarios de las familias tradicionales desconcertados por la política dictatorial y temerosos de la reacción popular.
No era un momento de crisis económica en el país, ni mucho menos. Era lisa y llanamente un disciplinamiento político y el fin del sistema compensatorio de los precios del azúcar, donde el Estado aportaba una parte de los costos como lo hacía con otras producciones regionales, tales como la vid, el arroz, el tabaco, las frutas del Valle de Río Negro.
El Tucumanazo en la tapa de los diarios
La diferencia radicaba en que la Federación Obrera de Trabajadores de la Industria Azucarera (FOTIA), creada por impulso de Juan Perón en 1944, era poderosa. Onganía, antiperonista y anticomunista declarado, creía que quebrar a la FOTIA era el camino para terminar con el poder de otros sindicatos y otras resistencias para cumplir con su temeraria promesa de mantenerse en la Casa Rosada durante veinte años.
Las tomas de los ingenios por parte de los trabajadores –y a veces con cierto visto bueno de los propios dueños, también perjudicados- llevó a mantener por mucho tiempo ollas populares que eran el caldo de cultivo para que los centros de estudiantes de la Universidad Nacional de Tucumán jugaron un rol activo. Las universidades nacionales estaban intervenidas por la dictadura y los centros de estudiantes prohibidos.
El 12 de enero de 1967, la FOTIA llamó a concentrarse en el Ingenio Bella Vista, miles de personas concurrieron y se encontraron con la carga de la infantería policial. La joven Hilda Guerrero de Molina, trabajadora y miembro del sindicato, fue asesinada en esa oportunidad. La indignación cobró cuerpo.
En marzo de 1968 fue designado como interventor de la provincia Roberto Avellaneda, quien había sido miembro de los Cursillos de la Cristiandad junto a Juan Carlos Onganía.
Desde el decreto de Salimei, tanto en Bella Vista como en otros pueblos creados al lado de los ingenios, se crearon agrupamientos denominados “Comisiones Pro-Defensa”. Ahí se mixturaban obreros fabriles y del surco, campesinos cañeros, pequeños y medianos comerciantes, docentes, profesionales, estudiantes y empleados públicos. Todos sabían que sin el azúcar la provincia era inviable.
Las ollas empezaron a hervir
Desde comienzos de 1969 el descontento cobró forma de lucha abierta.
La Comisión Intersindical de ingenios cerrados organizó una protesta el jueves 13 de marzo de 1969. Los trabajadores del ingenio Bella Vista adhirieron y fueron más atrevidos: convocaron, ese mismo día, a una marcha hasta San Miguel de Tucumán con el fin de entregar un petitorio al interventor Roberto Avellaneda. Sabían que toda marcha estaba prohibida. Sin embargo, la FOTIA se sumó al llamado.
Advertidos de que podía resultar un desborde para las fuerzas policiales, el sábado 8 de marzo, Avellaneda mandó a detener a los dirigentes de la Comisión Pro-Defensa de Bella Vista. Antes de que llegara la policía, la plazoleta principal estaba colmada y un grupo había ocupado las vías del tren.
La Comisión Intersindical de ingenios cerrados organizó una protesta el jueves 13 de marzo de 1969. Los trabajadores del ingenio Bella Vista adhirieron y fueron más atrevidos: convocaron, ese mismo día, a una marcha hasta San Miguel de Tucumán con el fin de entregar un petitorio al interventor Roberto Avellaneda. Sabían que toda marcha estaba prohibida
Por caso, en Villa Quinteros, a 67 kilómetros de la capital, las 1.500 familias que dependían del Ingenio San Ramón estaban sin trabajo desde hacía tres años. Cada reclamo era dispersado por la policía. El interventor Avellaneda –siempre en consulta con su compañero de los “cursillos de cristiandad”, el dictador Onganía- decidió desmantelar las instalaciones del ingenio. Eso rompía el sueño de que, algún día, se podría recuperar el trabajo.
El operativo estaría a cargo de la Gendarmería y la Policía Federal que, a diferencia de la policía local, no sufriría en sus familias y amigos, la desolación de esos pobladores. Además, eran fuerzas equipadas como para someter cualquier intento de frenar las topadoras. En los 11 ingenios cerrados, las malezas convertían a las plantas industriales en viveros naturales.
Los pobladores de Villa Quinteros, el domingo 9 de abril, tenían planeado salir a pie por la ruta 38 –que va desde la capital hasta Córdoba- pasando por los pueblos cañeros- hasta Concepción, donde iba de visita el interventor Avellaneda. Querían plantearle personalmente sus demandas. Eran familias enteras, unos 500, pero apenas salieron, fuerzas federales y provinciales los frenaron con gases lacrimógenos, palos y armas de fuego. Los cañeros tenían hondas como todo instrumento de ataque.
Ante las protestas, la Jefatura de Policía emitió un comunicado dantesco: “Los manifestantes querían secuestrar al gobernador”
Ante la desproporción de fuerzas, los manifestantes ingresaron al pueblo y los vecinos se fueron sumando a la protesta. Finalmente, Villa Quinteros fue ocupada por las fuerzas federales y provinciales. La repercusión en San Miguel de Tucumán fue inmediata y la Jefatura de Policía emitió un comunicado dantesco: “Los manifestantes querían secuestrar al gobernador”. Una frase resulta elocuente y era una peligrosa advertencia: “…el propósito era, pues, sin ninguna duda, subversivo e implicaba desconocer la autoridad del gobierno provincial, sometiéndolo a un trato desconsiderado, mediante procedimientos delictuosos”.
Si el propósito de Avellaneda era sembrar miedo, no lo logró. La ola de indignación en los tres días siguientes se extendió en todos los pueblos azucareros.
El jueves 13 de abril la caravana planeada por la FOTIA recorrió la ruta 38 hasta llegar a capital. Las fuerzas policiales no reprimieron y el ministro de Economía en nombre del interventor Avellaneda recibió, en la Casa de Gobierno, a la Comisión Pro-Defensa de Bella Vista. Tucumán ardía ese día en tensa calma, pero en todos los pueblos de los ingenios cerrados, la represión era constante.
Un verdadero martes 13
Tres años con la economía provincial destruida y decenas de miles de tucumanos que tomaban trenes hacia Buenos Aires para engrosar asentamientos y buscar trabajos eventuales. Lo único que atinó Avellaneda fue crear, a principios de mayo, una Comisión de Emergencia que contaría con un presupuesto de varios millones de pesos pero que no destinaba uno solo a reabrir las fuentes de trabajo.
Así, el martes 13 de mayo, los obreros del ingenio Amalia, que llevaban tres años sin cobrar el sueldo ni concurrir a la planta, ocuparon la fábrica, amenazada de ser desmantelada. Sabían lo que había pasado un mes atrás en Villa Quinteros. Lo hicieron lo mismo. Los dueños del ingenio, sin sumarse a la ocupación, apoyaron el reclamo al interventor Avellaneda quien eligió la vía del diálogo.
La calma duró casi nada. El jueves 15 de mayo, los estudiantes tucumanos tomaron la posta. Esta vez porque ese día, en Corrientes, la policía mataba al estudiante de Medicina Juan José Cabral. Mientras los claustros tucumanos vivían jornadas de agitación y de represión policial, dos días después en Rosario otro estudiante, Adolfo Ramón Bello, también era muerto a manos policiales.
El 15 de mayo, los estudiantes tucumanos tomaron la posta. Esta vez porque ese día, en Corrientes, la policía mataba al estudiante de Medicina. Mientras los claustros tucumanos vivían jornadas de agitación y de represión policial, dos días después en Rosario otro estudiante también era muerto a manos policiales
La Federación Universitaria Argentina (FUA) lanzó un paro general estudiantil para martes 22 de mayo.
El lunes 26, tras una misa en homenaje a Bello y Cabral, miles de personas salieron en una marcha de silencio hacia la Plaza Independencia. La misma que casi tres años atrás era el escenario del desfile de Onganía por los 150 años de la Independencia. Esta vez, la carga policial fue durísima, con decenas de heridos. Al rato, la policía asaltó el local de la FOTIA.
El miércoles 28 de mayo, la FOTIA y las agrupaciones universitarias realizaron un acto masivo de protesta precisamente en la sede de esa sede sindical. Un detalle muestra el acercamiento creciente entre sectores obreros y de las clases medias: ese día hubo 17 oradores en el acto, 8 de origen sindical, 5 dirigentes estudiantiles y 4 representantes de los productores de caña y otros sectores sociales. Al finalizar esa asamblea popular, miles de personas fueron a dar vueltas por la Plaza Independencia. La policía no actuó. Sin embargo, desde Buenos Aires llegaron en avión esa noche refuerzos en previsión de que Tucumán ardiera.
Faltaban apenas horas para que el foco de conflicto se trasladara a unos cientos de kilómetros. Córdoba fue, el jueves 29 y el viernes 30 de mayo, el escenario de la protesta más extensa y más combativa que se vivió en la Argentina.
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