Argentina se ha convertido en una mamushka de problemas

Argentina se ha convertido en una mamushka de problemas

Alfred Álvarez (1929-2019), ensayista, judío sefardí nacido en Londres, de raíces latinas, en su obra ¿Cómo fue que todo salió tan bien? (5/7/12) toma el título de la comedia de Hollywood “Los productores” en la cual el personaje Zero Mostel dice: “Conseguí un mal libreto, un mal director, un mal elenco. ¿Cómo fue que todo salió bien?. La trama del libro -sin spoilear- tiene un vaso comunicante con la visión distorsionada que el presidente Alberto Fernández posee de su propio gobierno y de la realidad misma, a juzgar por el mensaje de fin de año que difundiera en Twitter unas horas antes del cierre del 2021. Una distorsión preocupante. Tanto como la desorientación generalizada que reina en la oposición. Unos y otros tropiezan con sus propios cordones.

Algo venimos haciendo muy mal desde hace bastante tiempo. A pesar del récord en el gasto social, superamos todos los registros históricos en niveles de pobreza e indigencia. La situación económica actual es una olla a presión a punto de reventar. Una parte de esos síntomas son los recurrentes cortes de luz que nuevamente vuelven a dejar sin servicio a importantes sectores de la población. El atraso tarifario que viene desde el 2001 sigue cobrando sus consecuencias en el presente, donde la falta de inversión en el sector energético es de tal magnitud que con los primeros calores el sistema eléctrico no aguanta, es la misma historia decadente de una argentina empobrecida que se repite una y otra vez, sin posibilidades reales de ser solucionada. Consecuencias de una casta política a la que solo le interesa la perpetuación en el poder y no la solución de los problemas de la gente de carne y hueso. Creen que gobiernan bien pero son pésimos administradores de lo público.

¿Cómo fue que todo salió tan mal? Entre los desaciertos permanentes del gobierno, el vodevíl en que se ha convertido la oposición, con diputados que se van a Disney en lugar de ocupar su banca (y no tienen el buen tino de presentar su renuncia), senadores que aprueban, forzando los reglamentos, más impuestos, o la rosca que se armó para que los intendentes del empobrecido conurbano bonaerense acomoden las reglas a su conveniencia, los argentinos venimos de mal en peor: ¿quién se ocupa de los problemas de la gente? Pareciera que estamos a la deriva en el medio de la peor tormenta de nuestra historia. La casta dirigente es una vergüenza generalizada, que no está a la altura de los problemas de la nación.

Por caso, Cristina Kirchner, máxima responsable de la coalición que nos gobierna, y en su peor momento -la imagen negativa del 75% es una clara evidencia que la deja en el segundo lugar del ranking detrás de su hijo- está más preocupada en sus causas judiciales y en atacar a Mauricio Macri (a quien odia visceralmente), que en los problemas reales de los argentinos que sufren el ajuste más feroz del que tengamos memoria. Así y todo, coquetea con una posible candidatura en 2023 como forma de hacer contrapeso a las intenciones abiertamente declaradas de Alberto. La guerra de los Roses en su apogeo.

Sus tuits son un claro ejemplo de por dónde transcurren sus intereses. Un análisis pormenorizado de los mismos puede ser muy ilustrativo de lo que a la dueña del poder y de 5,2 millones menos de votos realmente le preocupa. Todo lo que huela a persecución (lawfare en el idioma cristinista) acapara su atención. El abrumador incremento de pobres e indigentes, la inflación descontrolada, la suba del dólar, el narcotráfico liberado, son temas que “no” se ven en su agenda diaria. Ni qué hablar de las sumas vergonzosamente millonarias que cobra de las arcas del estado cada mes. Vivimos en el reinado de la hipocresía donde Cristina se siente la reina de la Villa Miseria en que han convertido nuestra nación, viviendo una vida de lujo a costa de los contribuyentes.

Recordamos 2020 como el año perdido. 2021 lo será como el año desperdiciado. Y 2022 como el año de la fragilidad latente. Con un mal libreto populista, un presidente sin credibilidad alguna, con un 72% de imagen negativa, un gabinete demasiado desparejo, y una oposición que no termina de encontrar su lugar, ese que le dio la ciudadanía en las urnas, no había otro resultado posible: seguimos cavando más profundo la fosa en la que nos estamos hundiendo. Superamos el 100% inflación en los dos primeros años del mandato de Alberto, volviendo al eterno dilema de la argentinidad al palo: no se gobierna para sanar a una nación destrozada por la impericia de la casta dirigente, lo hacen para ganar la próxima elección, ¿cómo no saldría todo mal?

En 2020 se apagó el mundo, todo se detuvo. En Argentina esa parálisis fue de la más largas, con nefastas consecuencias en la población, sobre todo en la más necesitada. 2021 se recordará como el año desperdiciado, donde la política le ganó a los problemas de la gente. Prematuramente la “casta” se metió de lleno en las elecciones de medio término, dejando en segundo plano las necesidades de sus votantes. Los años impares suelen transcurrir de esa forma. Nos prometen el futuro mejor que nunca llega. El 2022, que recién comienza, luce como el año de la “fragilidad latente”, donde todo lo que se hizo mal en el pasado terminará complicando el presente. Será un año muy complejo porque, entre otras cosas, Alberto Fernández ya arrancó la carrera por 2023 y todos sus esfuerzos estarán centrados en gobernar para sumar poder propio, independizarse de su jefa política y ganar “su” reelección. Deberá sortear antes un campo minado. Sus intenciones son claras aunque un tanto ilusas. Cristina a la vez prepara su nueva movida.

Del flagelo inflacionario, que se devora el bolsillo de los argentinos, nada dicen ni Cristina en sus calculadas apariciones públicas, cartas o tuits, ni Alberto en sus frecuentes apariciones públicas, incluido el mensaje navideño impostando confianza y una credibilidad inexistentes o el que nos “regalara” para fin de año. Pareciera que de eso no se habla. Fábulas de un gobierno que reniega de uno de sus mayores errores. El problema es que de la inflación pasamos directamente a la pobreza extrema que padece un importante sector de la población. El menoscabo de la capacidad de compra y la masiva pérdida de puestos de trabajo agravaron los niveles de indigencia y pobreza que históricamente tuvimos. Argentina se encuentra al borde del abismo.

Sucede que hemos enraizado un alto índice de informalidad, siendo el empleo de calidad la excepción, extendiéndose por décadas en los sectores más precarizados del mercado laboral. La economía informal es demasiado alta, a consecuencia de lo cual, tras la extensa cuarentena, atizada por un Alberto Fernández, animado por su entonces alto índice de popularidad, los estragos en la sociedad se hicieron sentir. Errores que se pagan caro. Paradojas del populismo que gobierna para ganar elecciones y no para su gente, cuyo problema más grande es sostener la fuente de trabajo, sobre todo en los sectores de nivel socio-económico más bajos, donde los trabajadores marginales, los informales y los habitantes del conurbano bonaerense son los que más sufren las consecuencias de la impericia de quienes nos gobiernan.

Un dato tan doloroso como revelador que nos brinda el último informe del Observatorio Social de la UCA es que más de 4 de cada 10 (44,1%) ocupados experimentaron pobreza alguna vez entre 2019 y 2021. Mientras que el 16,6% de los ocupados experimentó pobreza una sola vez el 27,5% experimentó pobreza en dos o tres oportunidades, y 16,7% experimenta pobreza “crónica”. Testimonios dolorosos de un país sumido en la crisis. Se agrega otro dato inquietante: Los ocupados que viven en hogares del estrato trabajador marginal son los más propensos a experimentar pobreza crónica. De igual modo, los trabajadores del sector informal tienen alta propensión a la pobreza crónica (29,6%) o recurrente (13,9%). Los trabajadores del Conurbano Bonaerense y de aglomerados del Interior son los más propensos a haber atravesado pobreza crónica. La pobreza estructural considerada en sí misma, es hoy un problema recurrente. No es algo nuevo, lleva al menos cuarenta años gestándose.

El 2022 ya arrancó arrastrando todos los problemas del pasado. Por ejemplo no haber acordado en 2020 con el FMI hace que hoy sea mucho más gravoso. La emisión desmedida y sin control termina dejando niveles de inflación que para el año en curso se prevén en similares guarismos. Lo cual importaría llegar a los tres años del actual gobierno superando el 150% de inflación. Una locura. En ese contexto complejo, la capacidad adquisitiva de los hogares que más sufrieron durante la pandemia ha caído estrepitosamente, gestando el ajuste más feroz de la historia argentina en punto al poder adquisitivo de los asalariados y de los jubilados. Ahora se vienen los aumentos de tarifas y más impuestos para seguir alimentando un Estado bobo e inflamado que paga jubilaciones millonarias a unos pocos privilegiados, con Cristina en el podio del ranking, y el resto de los jubilados que se las arreglen como puedan.

No se avizora una salida tranquila para la post pandemia. Argentina inicia el 2022 con un alto nivel de incertidumbre. El país arrastra cuanto menos cinco décadas de recesiones, con un sostenido agravamiento en los últimos 14 años. La pandemia no cesa en sus efectos, teniendo que enfrentar ahora una nueva “ola” de la cuál aún no sabemos su extensión en punto al tiempo y sus consecuencias en relación a la gravedad, todo lo cual nos permite vislumbrar un alto nivel de incertidumbre respecto de las posibilidades futuras de recuperación, sumado a ello un elevado índice de cansancio social y fatiga mental en la sociedad, algo que ya es posible advertirlo en la “calle”, donde la gente perdió en general los niveles necesarios de tolerancia y convivencia ciudadana. No es cuestión de culpar a un gobierno o al otro, sino de entender que cada uno contribuyó a generar la catástrofe actual, agravada sí, por el desmanejo permanente del presidente Fernández.

Los argentinos nos enfrentamos a problemas estructurales muy graves, tanto en el entramado social como en lo político. Solucionarlos importaría tomar medidas de tal dureza que haría prácticamente inviable un resultado electoral favorable. Y, precisamente eso nos coloca frente a un tremendo “desastre”. Argentina es hoy un problema con muchos problemas adentro. Somos una mamuschka rusa de problemas. Mientras la clase dirigente sigue jugando al juego de tronos, Argentina se arrastra desde hace diez años en un duro estancamiento económico. Un tobogán cuesta abajo. Con la incertidumbre como regla, nos adentramos en un túnel de una fragilidad latente, a oscuras, donde puede suceder lo peor en cualquier momento, como si estuviéramos mirando, pochoclo en mano, una película de terror.

Estimado lector, 2022 recién arranca, siéntese, póngase cómodo. Ajústese bien fuerte el cinturón de seguridad, el viaje por el túnel de la incertidumbre y la fragilidad latente será demasiado turbulenta. El choque puede venir en cualquier momento. El final luce incierto, mientras la casta política aún lucha por ponerse los pantalones largos, ¿será por eso que salió todo tan mal?

Feliz año nuevo.