El que se equivoque menos

El que se equivoque menos

Rara vez los debates suelen torcer el rumbo de una elección. Son instancias tan cuidadas, condicionadas y reguladas por los operadores de cada fuerza política que terminan siendo neutros: como máximo, los candidatos reafirman la relación con su electorado. No mucho más.

Sin embargo... Argentina es el país del sin embargo. Y en la actual elección tal vez lo sea particularmente. ¿Alguien puede anticipar con certeza lo que pasará esta noche en Santiago del Estero cuando tres candidatos que llegan competitivos a la elección se crucen frente a las cámaras de televisión? Los tres -Javier Milei, Sergio Massa y Patricia Bullrich- asumirán que será una oportunidad para afianzarse o para captar votos o para desgastar al rival más directo.

El debate de esta noche es atípico. Y su atipicidad deriva principalmente del escenario político argentino: esta elección es la primera en la historia reciente que encuentra a tres candidatos casi en igualdad de condiciones pero, además, uno de ellos encarna la negación al menos discursiva de los otros dos y de todo el sistema institucional del país. Milei, casi sin una fuerza política detrás y sin experiencia ejecutiva propia, engloba a sus rivales principales como la representación de dos variantes de un mismo fracaso: el que protagonizaron los dos grandes polos de poder que el país tuvo en los últimos 20 años. Pero incluso va más allá y se presenta, desde su mesianismo, como el reiniciador de la república desde sus cimientos: de su economía, su política, su sociedad, su ciencia, su educación, su justicia.

Esa contraposición estará ubicada en un mismo espacio y en un mismo tiempo esta noche. Y una de las incógnitas es cómo operará esa escenificación de la confrontación en el votante argentino.

Será una de las escalas de un proceso que fue incrementando su intensidad paulatinamente. La campaña para las primarias estuvo atravesada por una apatía que no sólo alcanzó a los votantes, sino que pareció afectar también a los candidatos:sin mística, sin creatividad, sin propuestas. Fue el resultado sorpresivo, la victoria de Milei del 13 de agosto, lo que impulsó un abandono de la monotonía. No había pasado nada antes y empezó a pasar de todo después.

¿Cómo llegan ahora?¿En qué situación se encontrará cada uno esta noche cuando el debate empiece a rodar?

Hay dos encuestas recientes que hablan de que no se habría alterado aquel escenario de tres tercios de las Paso ni la ubicación de los candidatos en el podio. Los sondeos pueden tomarse como un ejercicio meramente aproximativo -algunos más que otros- pero son la única herramienta que existe todavía para atisbar al menos un estado de situación electoral.

Hace 6 días, la Celag, una encuestadora que antes de las Paso señaló que había un empate técnico entre las tres fuerzas, publicó que Milei tiene un 33,2 por ciento de intención de voto;Massa, un 32,2; y Patricia Bullrich, un 28,1. Un punto del primero al segundo y cinco entre el primero y el tercero. Todo dentro del margen de error.

Por otra parte, el viernes la consultora CB publicó una encuesta de 4.072 casos que ubica al libertario en el tope de las preferencias con el 32,2%, detrás aparece Massa con el 28,9% y Bullrich obtiene el 23,7%.

Estos dos relevamientos pueden complementarse con un análisis que en las últimas horas publicó en las redes el consultor Gustavo Córdoba y que aporta datos interesantes. El primero es que se registra un aumento de la imagen negativa de Milei, un aspecto que potencialmente puede dañarlo.

En los días posteriores a las Paso, con la sorpresa del triunfo, el león libertario parecía tener la capacidad de decir cualquier barbaridad que se le cruzara por la mente y, aun así, no sufrir daño político alguno. Se lanzó no sólo en contra de “la casta política”, sino también de los científicos, los investigadores del Conicet, los empleados públicos, el Papa, el Ministerio de la Mujer y el peso, en una enumeración parcial de una lista interminable. Y sus colaboradores cercanos, tal vez envalentonados por un sentimiento de invulnerabilidad, no se quedaron atrás y la emprendieron en grande: Diana Mondino, posible canciller, lanzó una indigerible definición sobre Malvinas y dijo que deberían decidir los kelpers si quieren ser argentinos o británicos;Emilio Ocampo, el ángel dolarizador, le negó la categoría de Padre de la Patria a San Martín y, en las últimas horas, el referente educativo de La Libertad Avanza, Martín Krause, que podría haber elegido un millón de metáforas, no tuvo mejor idea que decir que si la Gestapo hubiera sido argentina habría matado a menos judíos por la ineficiencia atávica del país.

Si ese combo no tiene efecto en la imagen negativa de un candidato, entonces habría que reescribir todo desde cero.

Gustavo Córdoba remarca que, paralelamente, existe una mejora relativa de Massa y Bullrich y que los dos acortaron levemente la distancia con Milei.

Ese cuadro de situación no significa que el libertario haya perdido votos, sino que se estancó en su crecimiento y que, por lo tanto, está más lejos de poder evitar la segunda vuelta de noviembre.

Un aspecto interesante por dilucidar -y que se despejará cuando se abran las urnas- es si existe, como ocurrió en las Paso, un ocultamiento en un sector de los encuestados sobre lo que realmente hará en el cuarto oscuro. ¿Hay un voto vergonzante que, fundamentalmente, subestima el caudal de Milei? Es una incógnita. Si se repasa el rosario de declaraciones explosivas del libertario y de sus colaboradores, tal vez haya gente que siente un poco de pudor y evita confesar que lo votará.

Pero, más allá de esos elementos, el propio Milei manifestó que cree que tendrá que ir al balotaje y aseguró que será con Massa.

En ese punto hay otra muestra de la atipicidad de la elección presidencial de este año. Massa no sólo es candidato presidencial, sino además el ministro de Economía actual, que tiene una inflación del 12,4 por ciento mensual, un 40,1 por ciento de pobreza, el dólar a 800 pesos y una endeblez estructural en todo el andamiaje económico y financiero. La semana pasada había bonos del Estado nacional que rendían el 571 por ciento anual;aun así, los inversores buscaban desesperadamente sacárselos de encima.

Y, a pesar de todo, incluso en ese escenario catastrófico, el ministro de Economía es competitivo electoralmente. Ese solo dato es una rareza. Pero, además, hay otra anomalía:que si Massa compite de igual a igual con Milei, entonces es porque una porción importante del electorado considera que el 22 de octubre, aun en medio de la inflación galopante, la situación económica no es el motivo exclusivo que define su voto. La complejidad de la voluntad del electorado puede ser comprensible cuando la situación general no es de descalabro pero puede desaparecer y volverse monocausal cuando existe un contexto de crisis extrema.

No parece ser el caso en la Argentina de hoy. Y si no lo es, tal vez, irónicamente, Massa deba agradecérselo al candidato que se presenta como el potencial destructor de todo. Porque así como representa para algunos un posible redentor a través del fuego, para otros Milei encarna la destrucción de símbolos, conceptos y configuraciones que van más allá de una situación económica traumática y límite. Massa puede estar sumando no tanto por sí mismo sino como un posible escudo ante lo que prefigura Milei.

En ese contexto, el debate de esta noche puede ser clave. No sólo por los aciertos de cada candidato sino, fundamentalmente, por los errores. Como en esos partidos de fútbol cerradísimos, tal vez se imponga el que no se equivoque. O el que se equivoque menos.

El debate también será una oportunidad para Juan Schiaretti, uno de los cinco precandidatos que superaron el corte y lograron instalarse en la pelea final. En Santiago, podrá tener la visibilidad que se le complica conseguir en una elección concentrada en tres.

Schiaretti será uno de los candidatos que intentará confrontar con Massa. Por tres razones: para trabajar sobre el desgaste del oficialismo, para afianzar su alianza con el electorado cordobés antikirchnerista y, sobre todo, porque pretende convertirse en un protagonista del peronismo que, a su juicio, vendrá después.